Este blog nació hace algunos años y es uno de los frutos de la amistad de Felipe y Camilo, dos amigos que, gracias a sus guitarras rojas, se encontraron para darle vida a Alessandro, un chico que tiene un poquito de Felipe y otro poquito de Camilo. Viajes, porros, música, ficción, poesía y yagé, protagonizan este espacio.



lunes, 20 de julio de 2015

Fermentadas fantasías

Alessandro se hace a veces el que no quiere que las cosas sean así, pero, en su más profunda honestidad, inalcanzable para cualquier otro terrícola, sabe que siempre será como quiere. Esta vez quería saborear. Siempre iba a la misma frutería, que quedaba a pocas cuadras de su casa. En el camino casi lo atropella un perro salchicha que buscaba afanado un pan por las calles, al esquivarlo siguió divisando la ensalada que lo seducía todas las mañanas, a la hora de desayunar. Al entrar a la tienda vio a doña Margarita con sus uñas llenas de tierra desgranando el maíz, ella le ordenó a su refrescante hija que atendiera el pedido del joven Alessandro. Tomates, albahaca y queso campesino para comenzar. Al recibir el cambio la invitó a un coctel de frutas nocturno. La chica cogió las llaves de su casa y prometió regresar cuando el cielo coloreara el día siguiente. Comenzaron con besos michelados, dos shots de caricias y tres fermentadas fantasías.  Ella parecía ebria de frutas y la cabeza cereza de él se dispuso a volar. En los bocados previos a deglutirse, un salpicón de realidad energizó su encuentro. Vieron por las ventanas la noche de chantilly que afuera se esparcía en el cielo, la cual les inspiró a verterse en una copa de helado gigante; ella, con su lengua cítrica, lamió el almíbar del deseo que se escurría de los labios de él. Sus sabores se mezclaron hasta derretirse por la fricción. Al bajar de la copa, en la oscuridad, lo único que brillaba, aunque mojada, era la camiseta de Alessandro, que junto a la lámpara, las sillas y los silbidos que el choque de sus cuerpos almidonados producía, en el suelo de wafer durmieron después del estruendo. Las manos de ella escurrían un rocío con sabor a durazno que él tragaba con vigor, vigor que la obligaba a toquetear la banana de su anfitrión. En la bandeja se echaron finalmente, a comerse desplayados, en una lucha de texturas, pepas, ramitas y  jugos  que emanaron manantiales tropicales. Se concentró en las uvas de ella y mamó toda la promiscuidad que sacudían en el pináculo de la intimidad; de un rugido todas las cáscaras cayeron. Alessandro al morder la canela de ella se estremeció; con la fresa húmeda recorrió cada poro de su mango abdomen: de arriba a mora, de izquierda a frambuesa. Se detuvo y bajó un poco más.

El sabor de la papaya gimió dentro su boca.


CamiloArt

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